Enciendo el ventilador.
El techo es un yermo iluminado.
Cierro los ojos.
Debería estar en la playa limpiando la cocina para poder leer sobre tantas lagunas que menguan cuando escucho algo fresco antes de retomar el ciclo de cine donde empezar a diluirte como si estuviera comprometida o escribiendo al afinar el violoncello con la compañía de seguros mientras salgo a la calle y sin casualidad le encuentro porque pongo la lavadora tras terminar la lista definitiva de lo que debería estar haciendo.
Abro los ojos.
No hay sombras nuevas para reverdecer el techo.
El aire avanza, deja de tocarme y retrocede
va
vuelve